Meister Eckhart
He aquí la razón debido a la cual son perfectamente buenos el ser y el fundamento existencial del hombre de donde las obras humanas adquieren su bondad: es que la mente del hombre esté orientada solamente hacia Dios. Pon todo tu esfuerzo en que Dios se haga grande para ti y que todos tus afanes y empeños se dirijan hacia Él en todas tus acciones y en todo cuanto dejas de hacer. De cierto, cuanto mayor sea éste, tanto mejores serán todas tus obras, cualquiera que sea su índole. Consérvate apegado a Dios y Él te añadirá todo el ser-bueno. Busca a Dios, entonces hallarás a Dios y todo lo bueno. Así, en verdad, con tal disposición de ánimo podrías pisar una piedra, sería una obra más aceptable para Dios que si recibieras el Cuerpo de Nuestro Señor y al hacerlo hubieses puesto tus miras más bien en lo tuyo y tu intención fuera menos desasida. Quien se apega a Dios, a éste se apegan Dios y toda virtud. Y aquello que tú buscabas antes, ahora te busca a ti; aquello tras lo cual corrías tú, ahora corre detrás de ti y aquello de que huías, ahora huye de ti. Por eso: quien se apega estrechamente a Dios, a éste se le apega todo cuanto es divino y huye de él todo cuanto es diverso y ajeno a Dios.
Me hicieron la siguiente pregunta: que algunas personas se aislaban severamente de los hombres y les gustaba estar siempre solos y de ahí venía su paz así como del hecho de se hallaban en la iglesia ¿si esto era lo mejor?. Entonces dije “no” y ¡presta atención al porqué!. Quién está orientado en medio de la verdad, se siente a gusto en todos los lugares y con todas las personas. Mas, quien anda mal, se siente mal en todos los lugares y entre todas las personas. Pero aquel que anda por buen camino, en verdad lleva consigo a Dios. Mas, aquel que en verdad posee a Dios, lo tiene en todos los lugares y en la calle y en medio de toda la gente exactamente lo mismo que en la iglesia o en el desierto o en la celda; con tal de lo que Lo tenga en verdad y solamente a Él, nadie podrá obstaculizar a semejante hombre. ¿Por qué?.
Porque posee solamente a Dios y pone sus miras sólo en Dios, y todas las cosas se le convierten en puro Dios. Tal hombre lleva consigo a Dios en todas sus obras y en todos los lugares, y todas las obras de este hombre las hace sólo Dios; pues, la obra pertenece más propia y verdaderamente a quien es causa de ella que a quien la ejecuta. Si concentramos, pues, nuestra vista pura y solamente en Dios, Él, en verdad habrá de hacer nuestras obras y nadie, ni la multitud ni el lugar, son capaces de detenerlo en sus obras. Resulta, pues, que a tal hombre nadie lo puede obstaculizar porque no anhela ni busca ni le gusta nada fuera de Dios; porque Él se une con el hombre en todos sus anhelos. Y así como ninguna multiplicidad puede distraer a Dios, así nada puede distraer ni cambiar a este hombre ya que es uno solo en lo Uno, donde toda multiplicidad es una sola cosa y una no-multiplicidad[1].
El hombre debe aprehender a Dios en todas las cosas y ha de habituar a su ánimo a tener siempre presente a Dios en ese ánimo y en su disposición y en su amor[2]. Observa cuál es tu disposición hacia Dios cuando te encuentras en la iglesia o en la celda: esta misma disposición consérvala y llévala contigo en medio de la multitud y de la intranquilidad y de la desigualdad. Y-como ya he dicho varias veces- cuando se habla de igualdad no se afirma que todas las obras o todos los lugares o toda la gente tengan que considerarse como iguales. Eso sería un gran error, porque rezar es una obra mejor que hilar y la iglesia es un lugar más digno que la calle. Debes guardar, empero, en todas tus obras un ánimo y una confianza y un amor a Dios y una seriedad siempre iguales. A fe mía si fueras así de ecuánime, nadie te imposibilitaría tener presente a tu Dios.
Pero en quien Dios no vive tan de veras, sino que necesita continuamente aprehender a Dios desde fuera en esta cosa y en aquélla, y si busca a Dios de manera desigual, ya sea en las obras, o entre la gente, o en lugares, éste no posee a Dios. Y fácilmente habrá alguna cosa que entorpezca a semejante hombre porque no posee sólo a Dios y no busca ni ama ni aspira sólo a Él; y por ello no lo entorpecen únicamente las malas compañías sino también las buenas y no sólo la calle sino también la iglesia, y no sólo las palabras y obras malas, sino también las palabras y obras buenas, porque el impedimento se halla dentro de él, ya que Dios, en fuero íntimo, no se le ha convertido en todas las cosas. Pues, si fuera así, estaría contento y a gusto en todos los lugares y con todas las personas porque él poseería a Dios y a Éste nadie se lo puede quitar ni dificultarlo en su obra.
¿En qué consiste entonces, esta auténtica posesión de Dios de modo que uno lo tenga en verdad?. Esta auténtica posesión de Dios depende de la mente y de una íntima tendencia espiritual y disposición hacia Dios, no de un continuo y llano pensamiento en Dios; porque esto sería para la naturaleza una aspiración imposible; sería muy difícil y además no sería ni siquiera lo mejor de todo. El hombre no debe tener un Dios pensado ni contentarse con Él, pues cuando se esfuma el pensamiento, también se esfuma ese Dios. Uno debe tener mas bien un Dios esencial que se halla muy por encima de los pensamientos de los hombres y de todas las criaturas. Este Dios no se esfuma, a no ser que el hombre voluntariamente se aparte de Él.
Quien posee a Dios así, en esencia, lo toma al modo divino, y Dios brilla para él en todas las cosas; porque todas las cosas tienen para él sabor de Dios y la imagen de Dios se le hace visible en todas las cosas. Dios brilla en él en todo momento, y en su fuero íntimo se produce un desasimiento liberador y se le graba la imagen de su Dios amado presente. Es como en el caso de un hombre que sufre vivamente de verdadera sed: puede ser que haga algo que no sea beber, y también podrá pensar en otras cosas, pero haga lo que haga y esté con cualquier persona, cualesquiera que sean sus empeños o sus ideas o sus acciones mientras subsista la sed no le pasará la representación de la bebida, y cuanto mayor sea la sed tanto más fuerte y aguda y presente y constante será la representación de la bebida. O quien ama una cosa ardientemente con todo entusiasmo, de modo que no le gusta ninguna otra ni lo conmueve en el corazón fuera de ésta, y sólo aspira a ella y a nada más: de veras, a este hombre, dondequiera y con quienquiera que esté o cualquier cosa que comience o haga nunca se le apagará en su fuero íntimo aquello que ama tan íntimamente, y en todas las cosas hallará justamente la imagen de esa cosa y la tendrá presente con tanta más fuerza cuanto más fuerte sea su amor. Un hombre tal no busca tranquilidad, porque ninguna intranquilidad le puede turbar. Este hombre merece un elogio mucho mayor ante Dios porque concibe a todas las cosas como divinas y más elevadas de lo que son en sí mismas. De veras, para esto se necesita ardor y amor y que se fije la atención exactamente en el interior del hombre, y un conocimiento recto, verdadero, sensato, real de lo que es el fundamento del ánimo frente a las cosas y a la gente. Esto no lo puede aprender el ser humano mediante la huida, es decir, que exteriormente huya de las cosas y vaya al desierto; al contrario, él debe aprehender un desierto interior dondequiera y con quienquiera que esté. Debe saber penetrar a través de las cosas y a aprehender a su Dios ahí dentro, y a ser capaz de imprimir su imagen en su fuero íntimo, fuertemente, de manera especial. Comparémoslo con alguien que quiere aprender a escribir: de cierto, si ha de dominar este arte, tiene que ejercitarse mucho y a menudo en esta actividad, por más arduo y difícil que le resulte y por imposible que le parezca; si está dispuesto a ejercitarse aplicadamente y con frecuencia, lo aprenderá y dominará este arte. A fe mía, primero tiene que fijar sus pensamientos en cada letra separada y grabársela muy firmemente en la memoria. Más tarde, cuando domina el arte, ya no le hacen falta en absoluto la representación de la imagen ni la reflexión; entonces escribe despreocupada y espontáneamente. Y lo mismo ocurre cuando se trata de tocar el violín o de cualquier otra obra que ha de ejecutar con habilidad. A él le basta perfectamente saber que quiere poner en práctica su arte; y aun cuando no lo haga en forma continuamente consciente, ejecuta su labor gracias a su habilidad, sean los que sean sus pensamientos.
Del mismo modo, el hombre debe estar compenetrado de la presencia divina y ser conformado a fondo con la forma de su Dios amado y hacerse esencia en Él de modo que le resplandezca el estar presente sin esfuerzo alguno y más aún: que logre desnudarse de todas las cosas y que se mantenga totalmente libre de ellas. Para conseguirlo se necesita, al principio de la reflexión y de un fino ejercicio de la memoria, tal como el alumno en su arte.
[1] Palabra acuñada por Eckhart: “unvermanicvalticheit” y seguida por su escuela.
[2] Esta actitud recuerda al Ihsan en la tradición islámica que, según un hadîz, “consiste en servir a Allah como si lo vieras, porque si tú no lo ves, Él te ve” (Muslim, Sahîh, 1, 1).